Es imposible servir a Dios efectivamente, si lo hacemos apoyados en nuestro esfuerzo natural. La prédica y la enseñanza del evangelio deben estar ungidas con el poder sobrenatural de Dios. Las palabras, aunque sean bíblicas, no salvarán a nadie si no tienen ese componente. La gente que sirve a Dios, sin poder, termina quemándose espiritual y emocionalmente.