Nadie puede vencer el pecado en sus propias fuerzas. Cuando una persona lucha diariamente con pensamientos impuros, ataduras y vicios, tratando de superarlos a través de disciplinas o ejercicios espirituales que no tienen poder alguno, terminará arrastrado por la maldad. El pecado ya fue vencido por Jesús en la cruz del Calvario; allí nos fue dado el poder para que vivamos una vida limpia y pura. Por consiguiente, el pecado no tiene ningún dominio sobre nosotros sino que nosotros tenemos dominio sobre él, a través de la transferencia de poder que Jesús efectuó en la cruz.